👁️ En la economía de la atención
Índice
Introducción
Vivir en la economía de la atención
Nuevos espacios
Introducción
En los años noventa, tras la caída del Muro de Berlín, la Unión Soviética y el término de la Guerra Fría, el internet concentró las esperanzas colectivas de un mundo diferente. Su expansión más allá de la esfera de investigación científica y técnica permitió abrir a todas las personas a un mundo nuevo, uno cuyas capacidades podían expandirse más allá de la mera información, también podía convertirse en el canal a través del cual nos comunicamos, trabajamos y coordinamos.
Mirando en retrospectiva estos 20 años de desarrollo la promesa de la utopía no se ha cumplido y pareciera ser que, en ciertos sentidos, era solo una ilusión. El internet abrió el mundo a nuevas posibilidades, pero no sólo a las promesas que habían quedado en el papel, sino también a muchos riesgos inesperados. Sumado a esto, el internet ha adquirido un protagonismo tan importante en la vida contemporánea que ha hecho muy difícil impedir que los efectos negativos no terminen impactando al “mundo análogo”.
Si la desinformación hoy está en boca de todos como un gran peligro es porque sus efectos impactan el mundo real de una manera que parece incontrolable; algo que se ha vuelto evidente con la dificultad que ha significado luchar contra la pandemia del COVID-19 o la desinformación en la política.
Sin embargo, ¿qué hay detrás de estos fenómenos más allá de actores actuando de mala fe? ¿Cuál es la infraestructura digital que ha permitido que la situación llegue hasta estas consecuencias?
Vivir en la economía de la atención
Jaron Lanier, científico de la computación y pensador sobre tecnología, sentencia en una conferencia TED del año 2018 que necesitamos rehacer el internet. El mayor punto alrededor del que gira su tesis es la estructura económica que sostiene la red: la publicidad. En la conferencia Lanier reflexiona sobre los ideales utópicos y anárquicos que reinaron los inicios de la internet que motivaron la adopción de un modelo en donde el internet iba a ser diferente a otros lugares y donde la gratuidad sería la norma. El problema de este ideal fue que la única forma de hacerlo posible fue gracias a la introducción de la publicidad como sostén económico de la internet.
Esta decisión es la clave para comprender la red que hoy conocemos. Se repite a menudo la frase que cuando un servicio es gratuito es porque, en realidad, nosotros - los consumidores - somos el producto. Lo que esto realmente significa es que, el valor que generan las compañías de internet, gracias a sus usuarios, se desprende de los datos - la “materia prima” - que estos van dejando por su paso por las plataformas y que, posteriormente, pueden convertirse en información intercambiable para compañías de publicidad. En ese sentido, los datos y nuestra actividad que dejamos son lo que nos convierten en potenciales consumidores de productos y servicios.
Si esto ocurre, entonces, cualquier tipo de contenido sin importar el objetivo que tenga en mente (videos cortos, artículos periodísticos, videos de Youtube, películas, fotos de Instagram, posts, fotos personales, etc.) se convierte en un cebo para acercarnos a la publicidad que más se acerca a los intereses que los algoritmos han descubierto de nosotros. “[Los ingresos de las compañías de internet] no viene necesariamente del valor del contenido en sí mismo, sino de su habilidad para atraer atención, de llevar “ojos” a anuncios, los que son comprados y vendidos por corporaciones como Google o Facebook”.
En internet - y sus plataformas - todo se convierte en contenido orientado al mismo propósito. Cualquier discurso, sin importar su relevancia, su lugar o quién sea su emisor, es parte de la misma máquina, luchando por captar mayor atención de los usuarios, sus “consumidores”. Esta es la estructura de la economía digital que se traduce en incentivos claros y en objetivos específicos si es que se quiere “triunfar”. Y en este lugar, cualquiera puede hacerlo y las plataformas no serán quienes determinen lo importante de lo superficial. En internet todo es igualmente relevante, una noticia, una teoría de conspiración, un video cómico o una advertencia sanitaria.
Esa es la economía de la atención y los incentivos que incentiva a sus usuarios a buscar. El problema es que esto no solo configura a estos espacios, sino que también al mundo a su alrededor.
Nuevos espacios
“Twitter es hoy nuestro principal lugar para el discurso público. Pero no es un medio transparente o neutral. Twitter modela cómo y con quién interactuamos y, quizás más importante, nos sugiere objetivos específicos para esas interacciones”, escribe el filósofo C. Thi Nguyen en su artículo Cómo Twitter gamifica la comunicación. En él Thi Nguyen aplica la filosofía de juegos para comprender cuál es la estructura y los incentivos que modelan la comunicación en Twitter y que la convierten en un juego; sin embargo, uno donde los objetivos “no son en término de nuestros propósitos ricos y particulares por comunicar, sino en términos preconcebidos y penosamente limitados: likes, retweets y número de seguidores”.
En Chile 16 millones de personas son usuarios activos de redes sociales y de ellos solo un 14,1% hace uso de Twitter; dentro de las plataformas más populares (Facebook, Instagram y Twitter) esta última es la menos usada. Sin embargo, a pesar de los bajos números Twitter es la red más relevante de todas en términos políticos y sociales. Es ella en donde los políticos discuten y se establece una comunicación directa con la ciudadanía y viceversa; sin embargo, el poder de Twitter no sólo está en ser un canal de comunicación, sino también en que las discusiones que allí se dan también modelan el discurso y las decisiones políticas. Hoy el ciclo de noticias y las conversaciones que modelan nuestro futuro son un reflejo de lo que pasa en la red, la distinción entre el mundo análogo y el digital hace tiempo ya está fisurada.
El problema es que hoy la democracia y la política se juegan en un terreno muy diferente. Uno modelado por lógicas impuestas por compañías cuyos objetivos van por caminos que no hemos elegido, ante los cuales no tenemos opción de decidir y que, muchas veces, no tiene por objetivo la creación de verdaderos espacios públicos.
¿La solución? Jaron Lanier, en la misma conferencia antes mencionada, menciona la necesidad de enmendar la decisión de basar el internet en la economía de la publicidad, y por tanto la de la atención, y tomar como inspiración los modelos de suscripción. Así como el ejemplo de Netflix o HBO que pueden producir contenido de alta calidad solo gracias a sus suscriptores.
El otro modelo es el que toma inspiración de los espacios públicos, por ejemplo el centros de estudios como New Public, fundado por Eli Parser (creado de la idea de los filtros de burbuja). “Necesitamos espacios públicos e instituciones que construyan y mantengan el tejido social. En las comunidades físicas, los parques y las bibliotecas no sólo son lugares para ejercitar o arrendar libros; estos también crean conexiones sociales, un sentido de comunidad y un lugar para que múltiples diferencias e inequidades puedan aparecer y ser tomadas en cuenta. Los espacios públicos proveen acceso a recursos esenciales para gente que no podría acceder a ellos de otra manera (...) y son algunos de los pocos espacios en una comunidad donde tenemos un vistazo de la vida de los otros y podemos vernos como parte de una sociedad plural, pero cohesiva”, escribe Eli Parser y Danielle Allen.
La respuesta de cómo “reinventar el internet” no está clara, tampoco existe una sola solución y la tarea es urgente. El cambio climático, la polarización política, la crisis sanitaria o de salud mental alrededor del mundo nos demandan nuestra atención colectiva para alcanzar esas soluciones.